Amores que matan
En un descuido un perro hambriento se comió el bocadillo que había dejado sobre la mesa del bar mientras me ataba los cordones de las zapatillas; no pude impedirlo dada la rapidez del animal, aunque al fin al cabo me alegré; solo el ver como movía el rabo cuando lo devoraba merecía la pena acostarme sin comer, y es que ya se sabe “no solo de pan vive el hombre”. Me costó pasar una noche intentando suplir los retortijones con el recuerdo de un rabo moviéndose, entiéndase, un rabo de perro feliz y satisfecho. A la mañana siguiente, cuando salía de mi portal, volví a ver el perro sacando al dueño de paseo y apenas insinuó conocerme; ya se sabe “quien da pan a un perro ajeno pierde el pan y pierde el perro” y eso que nunca fui un hombre refranero pero aquello me vino “como anillo al dedo “. Aquél perro me tenia fascinado, siempre tan atento con su dueño y obediente, hubiera sido un buen trabajador asalariado quizás en alguna vida anterior; ahor...