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Mostrando entradas de enero, 2012

LA FINAL

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Como cada mañana, espera el autobús que le lleva al instituto, viste un jersey azul y un vaquero, sostiene en su mano una carpeta tuneada con una pegatina verde y blanca, que apoya en su costado y en el interior de la carpeta,  libros , un block de anillas y los colores negro y rojo de la bandera anarquista. Al subir, se coloca al fondo del autobús; y es que a pesar de  los cuarenta y cinco minutos de recorrido, prefiere estar de pie que ir sentado y verse en la obligación de ceder el asiento, como manda la educación recibida y tener entonces que aguantar los empujones de un abarrotado autobús donde suben y bajan ciento de historias con un destino efímero. Las nueve menos diez; los lunes alargan el tiempo del viaje, y tiene diez minutos para adaptarse a un mundo de folios, adolescencia, e ideales. Después de las dos primeras clases, la megafonía  pregona el recreo, produciendo la misma respuesta incondicional que al perro de Pávlov, entre jóvenes llenos de acné y futuro. ...

LA TRINCHERA

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Cientos de hombres huelen a fatiga, dolor y hambre en esta embarrada trinchera olvidada. Me aterra tener que morir, pero sigo aquí, esperando la orden de atacar, impasible, sin tener a quién o que rezar; sin recuerdos de mi niñez, sin rostros familiares que me reconforten en este momento de horror; solo me queda este pedazo de carboncillo y este trozo de papel para dejar testigo de algo que nunca debe ocurrir. Mi fusil me ha acompañando durante estos últimos nueve meses y cuido esta carga que acepté con la libertad de quién elige un triste destino. No sé si habré matado a alguien, solo disparo a un horizonte vociferante que se mueve en actitud hostil hacia mí; supongo que las balas que me buscan, son disparadas por hombres tan perdidos como yo. Apenas me queda papel así que cerraré los ojos y pensaré en la nada. Veo la muerte con las botas llenas de barro cargando cuerpos sin vida, como  mira y sonríe. Vuelven a caer proyectiles que silban fragmentando el aire; miro a ambos lados ...

2 microrrelatos

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Un lugar en el asfalto. Su aspecto desaliñado y sucio no desmerecía su autoridad, o tal vez fuera la firmeza de sus gestos y ademanes la causante de ello. Su piel ennegrecida por el sol y la ausencia de jabón, su adictiva delgadez, y el tatuaje que se atisbaba como nacía desde la muñeca hasta ocultarse por la manga de la roída camisa infundía, sin lugar a dudas, algo parecido al miedo. Su reino, de apenas 40 metros de calle, lo administraba con justicia haciendo cumplir la ley como sheriff del oeste americano con solo un rápido movimiento de brazos acompañado de algún silbido de atención, y al final, el tributo exigido por ocupar un lugar en su mundo y por el poder que le confiere su gorrilla. Lo único importante. La uña del dedo meñique estaba cubierta por una fina capa de nicotina, dándole un color marrón oscuro laboriosamente trabajado, la faz surcada por cientos de arrugas, los ojos diminutos, su calva cubierta por la gorra se recluía del sol y el cuerpo simulaba ser perchero...